miércoles, 13 de marzo de 2024

El vestido de comunión


 

El episodio de mi “vestido” de comunión sucedió hace cincuenta y nueve años, la foto es de esa época, quizá un año después o, quizá, un año antes. Se hizo en la escuela “de” don Mariano.

He tapado los ojos de mi amiga porque, aunque ya no existe ya que al cabo de diez años se han renovado todas las células de nuestro cuerpo, hay que respetar su imagen.

Era el año 65, el zarampo tenía 7 años. Que por mayo era, por mayo, cuando aprieta la calor […], época de “comuñones”.

Todos los muchachos de mi escuela en ese momento estábamos muy contentos porque íbamos a celebrar nuestro rito de paso, de salida de la infancia.

La costumbre era que, aunque era grave hacer novillos, en caso de fuerza mayor estaba justificado.

Una justificación perfecta era la de ir a la ciudad, no sé si fuimos a Madrid, a Toledo o a Talavera, el caso es que había que equiparse para la gran fecha.

El maestro lo sabía, claro, pero preguntaba en clase a los muchachos al día siguiente de su falta por qué no habían asistido el día anterior. El interpelado se levantaba, orgulloso, y decía que no había ido a la escuela porque había tenido que ir a hacerse el traje de la comunión. El maestro asentía disculpando y los compañeros envidiaban o admiraban.

Cuando me tocó a mí ese trance, don Mariano me preguntó, con su alta y profunda voz, por qué había faltado el día anterior a la escuela.

Me levanté en mi pupitre, alcé la voz y dije: “No pude venir porque fui a hacerme el vestido de comunión”. La carcajada fue general, un muchacho que se había hecho un vestido para la comunión! Un hombre con faldas! Lo más ridículo del mundo!

De nada sirvió mi explicación de que mi traje de comunión era una túnica, la llamaban del padre Damián. Esa explicación creo que no la escuchó nadie y, si alguien lo hizo, le sirvió para reírse aún más.

Creo recordar que también don Mariano se rió ante la ocurrencia.

Fui el primero del pueblo en hacer la comunión así disfrazado, entre almirantes, marineros, generales, … yo iba vestido como una niña.

Al año siguiente, todos los niños llevaban túnica pero a mí me tocó sufrir el que mis padres quisieran ser los pioneros, los más píos, y me tocó sufrir uno de los mayores escarnios que recuerdo.

Creo que desde entonces no hice ninguna pregunta en clase por más que los profesores nos decían que estuviéramos tranquilos, que nuestra duda podía tenerla también alguien más. Mi miedo al ridículo ha sido insuperable durante mucho tiempo.

Es curioso porque esa situación no la recuerdo como si estuviera de pie en mi pupitre sino como si la estuviera observando desde la distancia, a pocos metros del maestro, de pie bajo la ventana.


Hasta pronto!

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