Hoy he estado en la Cantuérgana, es un parque bastante grande al lado del Torcón, en San Martín de Montalbán.
Estaba prácticamente vacío, solamente había dos coches. No veía a nadie en la media tarde de un domingo que ya no es de vacaciones.
Estaba dando un paseo y he visto dos columpios. He mirado si serían seguros para mí y he pensado balancearme un poco, sería como lo hacía de pequeño, en casa, en el columpio que teníamos en lo que antes era una parte cubierta por un tejadillo en una terraza. Me he balanceado un par de veces, quería sentir el aire en la cara y el movimiento, nada más, un placer sencillo y que no hace daño a nadie. No he podido. He sentido que, si mi padre me estuviera viendo, me regañaría, se enfadaría como tantas y tantas veces.
Me he parado, después he pensado que era una tontería, que no pasaba nada por balancearme un poco, no haría mal a nadie, solamente era un juego.
He vuelto a balancearme un par de veces y entonces he sentido que si alguien me viera se reiría de mí, un viejo montado en un columpio... inaceptable, ridículo, ... eso se parecía más a la voz de mi madre diciendo que qué pensaría la gente si me viera haciendo eso o, tal vez, a la gente de mi pueblo diciendo eso y criticándome, los columpios son para los niños, no para los viejos.
Me he ido, a hacer algo que fuera aceptable para los demás, dar un paseo.
Había una barbacoa con una cinta de los agentes medioambientales y otra con una cinta de la guardia civil, indicaban que no se podía hacer fuego, lo cual es razonable porque el campo está muy seco y hay un cierto riesgo de incendio si se dejan las brasas sin apagar completamente.
La cinta de la guardia civil me ha sugerido que ellos podrían venir, pedirme la documentación y preguntarme qué hacía allí, solamente "por seguridad", por hacer su trabajo. Me ha dado miedo. Yo no estaba haciendo nada malo, no tenía nada que temer pero solamente pensar que pudiera venir la guardia civil me ha hecho dar vueltas a la cabeza pensando si aceptarían que les dijera que me había dejado la documentación en el coche, a escasos cien metros de donde estaba.
Con todo eso se me ha aguado la tarde y el paseo.
Estoy triste. Me da pena pensar que unos placeres tan inocentes pueden ser cortados por lo que llamamos civilización y que no es otra cosa que miedo, mucho miedo. Civilización entendida como sumisión a lo que mis padres puedan pensar, a lo que los demás puedan pensar o a lo que las autoridades estén dispuestas, graciosamente, a permitir.
Ese miedo nos sirve para sobrevivir pero no para vivir cosas sencillas, para disfrutar de la vida.
Creo que mucha gente a la que le cuente esto pensará que soy raro y ser raro implica ser malo, peligroso, loco. Mejor no imitarle no sea que nos vaya a pasar algo de lo que luego nos tengamos que arrepentir.
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