jueves, 23 de febrero de 2023

Sobre conducir

    Tengo una amiga que se empeña en decirme que escriba sobre cosas muy raras, así que hoy voy a escribir sobre lo que a mí me dé la gana.

    Empecé a conducir, como tanta gente, en los caballitos de mi pueblo, yo siempre prefería los coches de bomberos, de policía o de lo que fuera mientras fueran coches, buses, motos, etc.

    Recuerdo, con pena, que un buen día me quise meter en un coche de bomberos y ya no cabía, me daba la cabeza en la campana, ¡qué desastre!

    Pero, bueno, mi padre vino al rescate y empezó a dejarme coger el volante desde el asiento del copiloto. Primero fue por los caminos del pueblo, luego por la carretera ¿asfaltada? al pueblo vecino. El siguiente paso fue que me dejó coger el volante, desde el asiento de al lado, en un viaje inolvidable que hicimos al sur, él y yo, solos. 

    Claro, nunca lo olvidaré. Un dos caballos y quinientos kilómetros hasta Sevilla, tardábamos unos cinco minutos en adelantar a los camiones. No había ni un solo metro de autovía entre mi pueblo y Sevilla ni tampoco en los desplazamientos que hicimos en Andalucía (Córdoba, Sevilla, Granada y Jaén). Él cantaba lo de "Mi padre de la Carolina, mi madre de Guarromán, ..." Lo suavizaba para que mis tiernos oídos de doce años no se escandalizaran con lo de "tres huevos hacen dos pares" y lo cambiaba por "tres buenos hacen dos pares".

    De ese viaje podría contar muchas cosas pero hoy se trata de conducir.

    Primero fue el dos caballos al que no hacía mucha falta pisar el embrague, nunca se quejaba, creo que era porque ese embrague era centrífugo.

Después vino una DKW contemporánea de ésta aunque de color marrón claro. Eso ya era más difícil. Mi padre al lado diciéndome, una y otra vez: "Arranca, pisa el embrague, mete primera, suelta el freno de mano, acelera despacio, suelta el embrague, ... " y la Turruttuttut se calaba. De nuevo: "Echa el freno de mano, arranca, ...."

Fueron como cien intentos, al final mi padre se fue, aburrido, pero, gracias a los dioses, no enfadado. Conseguí sacar ese cacharro de allí, por supuesto, ¡a cabezón no me gana nadie! 

El otro día le decía a un compañero que, para mí, conducir es como montar en los caballitos, una gran fiesta. No creo que haya mejor música que la de la puerta del conductor cuando la cierro. Entonces todo, o casi, está bien.

    Lo mejor de conducir era que entonces estaba mi padre al lado, prestando atención a todo lo que hacía, dedicándome su tiempo: nada más valioso que el que alguien te dedique su tiempo, no tiene nada mejor que ofrecer.

    Imagino que la gente ahora, para aprender a conducir, va a una autoescuela y tiene que lidiar con un montón de tráfico y eso es muy difícil. Yo tuve la suerte de aprender por caminos y carreteras casi siempre solitarias.

    Bueno, lo dejo por hoy, quizá en otro momento siga con La Caraja (una 4L muy parecida a la de aquí) o de la Vespa del tío Arturo o de la Montesa Brío 125 de mi padre.

 Para terminar, lo único que quiero añadir es que, además de inmensamente agradecido a mi padre por enseñarme a conducir, entre otras muchísimas cosas, me siento enormemente orgulloso cuando oigo decir a una de las personas que más quiero que, si soy yo el que conduce, a ella le da igual que llueva, nieve, truene o haya un tráfico de mil demonios, ella está siempre tranquila y eso, padre, no tiene precio.

Saludos a todas y a todos.








No hay comentarios: